13:03 del día 1 de Noviembre. El despertador suena de estrepitosamente desde el suelo, a un metro más allá de la mesilla. Era un viejo despertador de cuerda, de ahí su imprecisión para sonar a la hora exacta; era de esos despertadores que repican dos pequeñas campanas con un pequeño badajo que oscila de un lado a otro.
En la oscura habitación, sobre cama cubierta por un edredón desteñido, duerme Sim, un joven autodenominado por él mismo como “ni-ni”. Un adolescente consentido, sin oficio ni beneficio, que sólo piensa en disfrutar la vida, beberse la noche y divertirse siempre que le sea posible con gente afín a su absurda forma de vivir. Ante el estridente sonido del viejo despertador, Sim parece impasible, pero el ruido parece molestarle más y más a cada segundo. Habitualmente, como si de un ritual se tratase, el joven saca un brazo de la cama palpando la superficie del suelo hasta llegar al despertador. En ocasiones coloca este aparato algo lejos para obligarse a sí mismo a levantarse para apagarlo, pero siempre acaba desistiendo y termina arrastrando parte de su cuerpo fuera de la cama, sujetándose con una mano en el suelo, para no perder el equilibrio y caer, y con la otra mano busca la forma de alcanzar y desconectar el martilleo del aparato. En otras ocasiones simplemente deja que la cuerda del reloj se agote. Hoy es diferente. El ruido constante del pequeño martilleo le provoca a Sim una dolorosa sensación craneal. “¿Demasiadas copas anoche?” –se preguntaba Sim- “no puede ser, no tenía tanta pasta como para beber tanto”.
Ningún rayo de sol se colaba por su impermeable ventana. Las persianas estaban completamente bajadas. Sim no lograba ver nada, pues también estaba enfundado hasta la cabeza bajo la cobertura del edredón. Lo único que Sim alcanzaba a ver eran esas pequeñas motas molestas que aparecían en su campo de visión; esas motas típicas que están ahí cuando uno cierra los ojos, intenta enfocarlas y siempre escapan, esas motas perpetuas en el fondo de la retina con las que todos hemos jugado en alguna ocasión a lograr fijarlas en un punto. Sim trató de girarse sobre su cama para sacar el brazo y repetir su ritual, aunque una extraña sensación le recorrió todo su cuerpo. No lograba deslizar su brazo bajo el edredón a la vez que se giraba, y mientras lo seguía intentando notó su torso desnudo, extrañamente poblado por un suave y fino manto de pelo que parecía cubrirle por completo.
Tras varios intentos, Sim consiguió, finalmente, rotar sobre sí mismo, realizando un salto sobre el colchón, empujado con la inercia de su propio cuerpo. El edredón salió despedido, a la vez que se lastimó el brazo derecho que había sacado fuera de la cama, golpeándose sobre la mesita de noche. La lámpara y varios objetos y monedas cayeron al suelo por el golpe, provocando un estruendo atronador que encogió a Sim. Varias de esas monedas comenzaron a girar sobre el suelo hasta caer inmóviles, pero sus giros parecían el sonido de una metralleta para Sim.
Tras 47 segundos de estrepitoso y atronador ruido del despertador, éste se quedó finalmente sin cuerda, justo en el momento en el que las monedas terminaban de bailar sobre la tarima flotante. El joven se desencogió en ese momento, tras su despavorido susto, y atisbó un pequeño destello. Era algo extraño que nunca antes había percibido, unas extrañas manchas azuladas se abrían paso por su lúgubre habitación. De forma simultanea, Sim comprobaba que el brazo que había extendido fuera de la cama le pesaba de forma anormal. Tampoco sentía el canto de la mesilla de noche haciendo presión y hundiéndose sobre la musculatura de su brazo, era como si ahora su extremidad fuese rígida, dura y cartilaginosa. “¡Qué demonios!” –susurró- Pero su susurró se tornó en un baño de nuevas sensaciones. Su sombría habitación se tornaba en un arcoíris de tonos azulados y oscuros. A su mente le llegó rápidamente el recuerdo de aquella secuencia de Mátrix en la que el escenario estaba compuesto por infinidad de letras verdes de distintos tonos, formando cavidades y describiendo volúmenes.
Se detuvo por unos instantes, respiró y meditó profundamente. No recordaba haber ingerido ningún tipo de drogas la noche anterior. Lo único extraño fuera de lo común aquella noche fue haber tomado un coctel de chupitos que invitó la camarera del último sórdido garito, a él y a su grupo de amigos, pero no había apreciado nada extraño.
Sim comenzó a mover su otra extremidad, comprendiendo que aquello no eran brazos. Trató de tocar de nuevo su torso, pero su sensación del tacto no era igual. Notaba que, efectivamente, su cuerpo estaba cubierto de pelo, pero nunca había sido tan peludo, en parte por su juventud y su escaso desarrollo corporal. En ese momento trató de tocarse la cara con las dos manos, pero algo le frenaba. Sus manos ya no lograban alcanzar su cara. No lograba entender qué le había ocurrido, pero entendió que aquel o aquello ya no era su juvenil cuerpo.
En ese momento, notó por todo su cuerpo unas extrañas vibraciones cada vez más intensas. Contrariado, comenzó a temblar. Tres golpes secos golpearon su puerta y al otro lado la voz de su madre pronunciaba su nombre. Todo su alrededor se volvió a iluminar en una amplia escala de tonos azulados que previamente se habían oscurecido. Se enfrentaba ahora al mayor reto de su vida, exponerse públicamente a un cambio corporal tan sustancial.